Antonio Rendić nació en Sutivan en la isla de Brač en 1896, y cuando tenía cuatro años, se fue a Chile con su madre Magdalena Ivanović y su hermano Gaetano. Su padre, Jure Rendić, ya estaba allí en la ciudad de Antofagasta.

Se formó como médico y durante toda su vida ayudó a los pobres. Se sabe que siempre había una larga fila frente a su quirófano y que nunca rechazó a nadie. Trató a los pobres gratis e incluso les compró medicinas. Fue llamado el Médico de los pobres y el Apóstol de los humildes.

A los que no sanó el cuerpo, sanó el alma. Es decir, era poeta y políglota. Hablaba croata, español, inglés, francés e italiano. Escribió poesía bajo el seudónimo de Ivo Serge y publicó 49 libros, la mayoría sobre temas nostálgicos, religiosos y amorosos.

La esposa con la que se casó en 1922 era inglesa, y como no tenían hijos, aceptaron como propios a los sobrinos de Antonio.

Por su labor humanitaria, Antonio Rendić fue galardonado con el Primer Caballero del ancla de Antofagasta y el Papa Pablo VI. le concedió el título de Comendador de la Orden de San Silvestre en 1962. La Academia de Medicina de Chile lo declaró Mejor Trabajador y fue su miembro correspondiente. Fue miembro del Club Rotario, fundador de la Cruz Roja y presidente honorario vitalicio del Cuerpo de Bomberos Pascual Baburizza, Bomba croata. Una escuela y una calle de Antofagasta llevan su nombre, y es uno de los cinco croatas a los que se erigió un monumento en esa ciudad.

El seudónimo Ivo Serge es un derivado de San Iván, es decir, Sutivan – su pueblo natal, a quien dedicó el poema. En uno de los versos dice… cuando yo muera, no será para siempre… Que esto fue lo que pasó se puede ver en la preocupación del municipio de Sutivan por su célebre conciudadano. La biblioteca de la ciudad se llama «Antonio Rendić Ivanović». Hace casi una década se fundó allí una colección de literatura de emigrantes llamada «La Segunda Patria». Yo personalmente donó más de 500 libros a esa colección y, en 2019, se inauguró una placa conmemorativa en la casa de nacimiento de Rendić. Los versos de Rendić del poema «Sutivan» están grabados en la placa: Nada, nada hay de ti que no recuerde. La placa fue descubierta por Pedro Marinov, ex cónsul honorario de la República de Croacia en Antofagasta, que en esos días se encontraba en Brač y que conoció personalmente al difunto Rendic.

Antonio Rendić murió en Antofagasta en 1993. Luego, el obispo de Antofagasta, apoyado por la comunidad croata, envió 1.600 testimonios al Vaticano con un pedido de beatificación de Rendić, que está en proceso y se espera que sea declarado santo.

Branka Bezić Filipović

 

 

 

 

En la inauguración del monumento a Antonio Rendic:

«Un santo de espigada figura y delgada silueta, que sanando al prójimo, recorrió las calles polvorientas de un pueblo pequeño que comenzaba recién a dar sus primeros pasos como gran Ciudad».

Siempre me he preguntado, desde que un colega bombero me dijo hace algunos años atrás. Que si la esquina de calles Latorre con Maipú es la única intercepción de calles en el casco urbano de Antofagasta que llegan a una pequeña cima o cumbre….Si una persona observadora se detiene en la citada equina, puedes ver como las calles descienden en dirección a los cuatro puntos cardinales de la tierra, sin duda una curiosidad geográfica que esta intercepción urbana este en una pequeña cúspide natural, un poco más cerca del cielo, más en las alturas que el resto de las vías a su alrededor. La casa del doctor Antonio Rendic que habito por años está en esa esquina, en lo más alto, silenciosa, casi sin saberlo, como un santuario urbano de peregrinación de ciudadanos humildes que buscaban salud para sus cuerpos y paz para sus almas.

 

El Doctor, un hombre del norte, un médico correcto, un bombero eterno, un enamorado de sus tierras maternas que echó raíces en las sales de la pampa, siempre en búsqueda de la santidad, en el ejercicio permanente de hacer el bien a sus semejantes, al prójimo, convierten el lugar de su residencia terrenal en un santuario o simplemente en el patrimonio de una ciudad impactada por una remodelación sin memoria, que ve cómo se va desapareciendo su historia humana y arquitectónica fundacional por diferentes motivos en docenas de viviendas que nos recuerdan la epopeya heroica de ser Antofagastinos de viejo molde, de antiguo cuño como diría mi madre.

No recuerdo exactamente cuántos años tendría, pero esa tarde mi madre esperó solo algunos minutos para que me atendiera, era el tiempo en que los consultorios y las clínicas estaban por existir; el tiempo en que las horas por teléfono y los seguros catastróficos estaban por llegar, ese tiempo sin tonos abusivos. Ese tiempo en que si no alcanzabas horas en el hospital regional, podías ir a ver al médico de los pobres y él siempre te recibiría con una sonrisa santa en su rostro.

Sólo vagos recuerdos tengo de ese instante. Una sala algo oscuro, una vitrina de instrumentos plateados que brillaban con la luz de alguna lámpara lejana y otro anaquel de remedios que se repartían con generosidad extrema… y un médico alto de delantal blanco y hablar sereno que me examinaba pidiéndome tranquilidad y atención a sus preguntas.

«Quédese tranquila señora; es solo un resfriado, que en algunos días se le pasará», le dijo a mi madre al mismo tiempo en que le entregaba algunos remedios que guardaba en un cajón de su escritorio. Así fue como conocí al Doctor, al cual mi madre admiró siempre, como lo admiro la comunidad entera de una Antofagasta que descansa en los recuerdos maravillosos de quienes al nacer en esta tierra bendita tuvimos la suerte de conocerlo en vida y obra. Un Santo visito nuestra pequeña ciudad olvidada por la justicia de la retribución y con su corazón inmenso le dio carne y verbo a los evangelios del Creador.

Con los años me convertí en profesor y aprendiz de cronista. El Mercurio de Antofagasta me publico una crónica llamada “La Escuela y la Cárcel” y como forma de agradecerme el reconocimiento escrito a Profesores y Gendarmes por hacer vivir una escuelita con precarios medios, una mañana de los años “90 fui invitado a la graduación de enseñanza básica y media de los reclusos que son atendidos en la Escuela que funciona al interior de la Cárcel Pública. Estaba sentado junto a otros Colegas que trabajaban en el establecimiento esperando el inicio de la ceremonia, cuando de repente y mientras sonaba la música ambiental, sentimos una gran ovación que venía del lugar de los internos; era el Doctor Antonio Rendic Ivanovic que llegaba; de terno más bien claro, una corbata oscura y delgada más un elegante sombrero blanco, con un ribete negro de intenso brillo que parecía acaparar todas las miradas, sus zapatos cuidadosamente lustrados sellaban su elegancia. El Doctor caminó lentamente hacia su asiento entre los aplausos de todos los asistentes, a los cuales respondían con caballerosos gestos y venias de su sombrero, nos pusimos todos de pies y él nos dio la mano a cada uno de nosotros ceremoniosamente, lo recuerdo con la nitidez de las estrellas en el desierto de noches despejadas. El Doctor presencio atentamente la ceremonia y al concluir este evento se acercó a los reclusos y saludo a los que pudo estrechando sus manos entre abrazos y muestras de cariño, luego se despidió de nosotros y subió a un auto que lo esperaba estacionado por calle Prat.

Ha transcurrido el tiempo, las evocaciones de mil eventos asistidos en mi vida se han disipado de mi memoria como las hojas secas barridas por los vientos otoñales en la Avenida Brasil de Antofagasta. Pero el recuerdo de la ceremonia que a principios de los años “90 se le hizo en el Teatro Municipal por parte del alcalde Don Floreal Recabarren Rojas (Q.E.P.D.) para homenajear al Doctor de los Pobres y presentar un libro suyo de poemas y escritos de Antofagasta, permanece inalterable al paso del tiempo como estatua de broce cautiva he inmóvil en un pedestal de la Plaza Colon.

El Doctor siempre recordó su tierra, esa bendita tierra donde nación un día 2 de diciembre de 1896 en Sutivan, actualmente Croacia, que egreso de medicina el año 1922… y que dejó un tarde al igual que muchos de sus “paisanos” para ganarle al desierto y hacerse gente del norte, ellos fundaron Compañías de Bomberos; Clubes Sociales y Deportivos, dieron trabajo, en industrias y negocios, fueron carreteros en el desierto, lucharon por días mejores. José Papic, José Trevizán, las Familias Korlaet, Kútula, Martinich y Simunovic; son sólo algunos ejemplos donde el sentido empresarial jamás se ausenta de la caridad y el amor por este ripio estéril o arena bendecida en mineral que da forma diaria a nuestro paisaje.

Al pasar el tiempo y los acontecimientos de una ciudad en progreso, la figura del Doctor Antonio Rendic Ivanovic se hace inmensa, inmensa en la santidad de sus acciones y en la profundidad de sus escritos. Así como el sacerdote que recogió niños en los puentes del Mapocho o la Monja que limpió a los leprosos en la India, o el Padre que caminando por España y el mundo nos enseñó a conocer, honrar y respetar a Dios en la vida cotidiana. Este médico de los pobres con su vida y ejemplo nos llama a construir una sociedad nortina y universal más humana y justa, donde nuestros dones estén al servicio de los más necesitados y de sus requerimientos más urgentes.

Ayer la memoria y las acciones del Doctor nos reclamaron mucho más que un simple recuerdo hecho de calles y palabras. Era el bronce noble y austero el que debía inmortalizar la figura de un hombre Santo que una vez su compañía fue regalada por Dios a nuestra querida Antofagasta, esa deuda justa ya está saldada, tal vez sin la majestuosidad y ubicación que su figura merece, pero se reconoce el esfuerzo.

Ricardo Rabanal Bustos

Magister en Educación

Profesor, Historiador y Cronista

Antofagasta, 16 de enero 2021

 

 

APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE ANTONIO RENDIC.

La década de los treinta del siglo XX es un lapso de particular importancia para entender los fundamentos de la poesía de don Antonio Rendic.  Un verdadero hito representa el “Prólogo” de Héctor Erazo Armas para  el libro de  “ARI” (Antonio Rendic Ivanovic): “Renglones íntimos” (Imprenta y Litografía Skarnic. Antofagasta, 1930).  El joven Erazo ve en los versos de  ARI  “pensamientos nobles expresados con sencillez y claridad. (Además) sus sentimientos honrados por no envolver afectaciones y por dimanar directamente del espíritu, dejaron en mi ánimo una agradable impresión de frescura, empapada en zumos de la adolescencia y cristalizada en tristezas, alegrías y amores de la primera juventud.”   Finalmente afirma que muchos de sus versos “desprovistos de toda ostentación, humildes y sencillos como todas las legítimas producciones del alma, me parecen sensiblemente bellos.”

Esas ideas  son de  una claridad meridiana, pero, dado que en su dilatada existencia,  el tiraje de sus ediciones fue bastante modesto, la obra no contó con muchos lectores que las apreciaran.

La dupla Erazo—Rendic, en 1931, publicó “Lo que nos dijo el molo”. Poemas, con una llamativa portada del pintor   César Soto Moraga.  Un libro de sencilla “desnudez y sin pretensión” alguna, concebido en horas de comunión espiritual para trascender y así, perpetuar recuerdos del diario vivir regional.

Al año siguiente, 1932, estos amigos escriben “Libro libre”, dos palabras que son anverso y reverso de la emoción, sincera y espontánea de sus creaciones poéticas.

La senda literaria abierta por ambos los puso frente a su única verdad poética: “Tengo en el alma sed de Infinito!”, dijo don Antonio y agregó: “Anónimo soy! Y de mis pasos, / ni huellas quedan en la tierra dura… / Bebo el dolor de todos los senderos / y siembro, donde paso, mi ternura (…) / El Infinito!… Corazón, a qué lo buscas: / lo llevas en ti mismo y en tus penas.”

La vida continuó. Por la diversidad de las facetas culturales que se asocian con la dilatada existencia de don Antonio en lo referente a la búsqueda de áreas para sus creaciones literarias, es natural que éstas tiendan a diversificarse.  En la obra de don Antonio hay conocimientos de literatura, historia, sociología, teología, ética, geografía, arte, filosofía, medicina, pedagogía, política, folclor, etc.  Durante más de seis décadas, don Antonio creó y editó sus libros para sus amigos.  Pero, aunque cueste admitirlo, sólo en el transcurso de la última década del siglo pasado, estas ideas –los pilares de la poesía de Antonio Rendic–, lograron el realce que les corresponde dentro del acervo cultural regional.

En pleno siglo XXI y totalmente alejados de esas circunstancias, hay  que responsabilizarse por el legado cultural de este croata antofagastino.  Sigue pendiente una gran deuda ciudadana.   Las nuevas generaciones antofagastinas son las llamadas a conocer y valorar la multifacética obra de cultura y amor  de este casi centenario personaje que fue “Ivo Serge”.

Osvaldo Maya Cortés. Antofagasta, 28 de febrero, 2019.