Desde que tengo memoria los domingos eran especiales por que íbamos con mis padres al entonces Cementerio de la Sociedad Yugoslava (ahora Croata) de la ciudad de Oruro-Bolivia, donde llamaba la atención de propios y extraños las piedras esculpidas con las que se edificaron los mausoleos y pabellones, prolijamente hacíamos limpieza de los “nichos” funerarios de mis abuelos puliendo las lápidas de bronce, luego de lavar los antiguos floreros se adornaban con coloridas flores, luego procedíamos a rezar por su eterno descanso, era la misma costumbre por muchísimos años, en cada visita no perdía la oportunidad de leer los difíciles nombres de las lápidas de bronce, algunas de hierro forjado, otras de mármol muy elegantes, entre todas un nicho sin lápida llamaba mi atención, sobre el revoque de yeso estaba escrito las iniciales de un nombre y la fecha de fallecimiento, me pregunte qué vida tuvo esa persona para acabar en el anonimato, no tenía familia o estaba de paso circunstancial donde le sorprendió la muerte, quién sabe, indudablemente el cementerio es un lugar donde uno se pone a reflexionar sobre todas las tristezas y alegrías, triunfos o fracasos que vivieron esas personas que ahora yacían inertes.

Las oleadas migratorias de croatas de principios del Siglo XX pudieron haber tenido motivos aventureros pero lo cierto era que Europa estaba superpoblada, la hambruna y la falta de trabajo hacían estragos, la migración a inmensos países despoblados de América eran una oferta real, miles dejaron su tierra natal con la certeza de que el lugar de partida y de llegada no iban a ser lo mismo.

Entre esos migrantes se encontraba mi abuelo Šimun Hreljac Barac, nunca sabremos que lo inspiro (u obligo) para emprender la travesía, llama la atención su juventud, sus tempranas ansias de levantar vuelo, ansias incólumes de superación del cual todo hombre lo tiene por naturaleza, realmente tenía un espíritu noble hacia su familia, salió de su pueblo natal Barci de la región Primorsko-Goranska dejando a sus padres y hermanos despidiéndose con la promesa de volver, zarpó de las costas del mar Adriático llegando al puerto de Buenos Aires en el año de 1908, viajo acompañado de varios muchachos con quienes seguramente compartía las mismas ilusiones, sin perder tiempo se encamino hacia la altiplanicie boliviana. A lo largo de su vida en Bolivia trabajo en la  actividad minera, enviando remesas a su familia fruto de su esfuerzo. Casi todos los inmigrantes croatas residentes en Bolivia dedicaron algunos años de su vida al que hacer minero.

 

 

Simón Krellac (modifico la escritura del apellido por cuestiones fonéticas) conformo su familia con una ciudadana boliviana, cuyo único hijo es mi padre Jaime Orlando quien fue educado a la usanza croata.

Trate de entender la dimensión de las decisiones que tomo un día, si bien se cobijó en un lugar extraño en idioma y cultura distinta a la suya, dejo a sus padres y hermanos para siempre con la promesa del retorno, sin embargo, nunca comprendí porque él, luego de una vida abocado al trabajo nunca volvió a su país, nunca volvió a ver a sus padres y hermanos, vivió con una “tristeza gigantesca” que nunca lo abandono, sentí que la historia quedo incompleta y no debería acabar así.

Pasados unos años, el programa Croaticum de la “Oficina Estatal para croatas fuera de la República de Croacia” lanza la convocatoria pública para
la concesión de becas para el aprendizaje del idioma croata en la República de Croacia, cumpliendo los requisitos mi hija aplico a la beca, sentí indirectamente que devolví parte de la sangre de mi abuelo croata enviando a mi hija Marian Miroslava a la tierra que lo vio nacer, ella curso cuatro semestres  aprendiendo el idioma y la cultura croata, obtuvo ya su Domovnica (Ciudadanía)integrándose plenamente a la sociedad croata fijando su residencia en Zagreb. En el verano del año 2017 mi hija llego al pintoresco poblado de Barci, increíblemente la dirección que se tenía registrado en los documentos bolivianos de mi abuelo aún se mantenía, después de más de 100 años la casa estaba de pie esperando, mi hija toco tímidamente la puerta y salió Stanislav Hreljac, la miro y le dijo en croata “Eres de Bolivia” y la invito a pasar, aun no comprendemos como supo, fue presentada a todos, llegaron otros familiares a conocerla, aun mantengo la emoción de lo emotivo que fue toda esa situación que tenía que ineludiblemente pasar un día, mi abuelo tuvo cinco hermanos y Stanislav es nieto de uno de ellos, desde siempre supieron que el tío abuelo Šimon se embarcó a Bolivia desapareciendo con los años todo rastro suyo hasta ese día, ahora estamos contactados con nuestra familia croata gracias a la tecnología, hemos cerrado el eslabón que estaba abierto.

Gracias al gobierno croata y su Constitución que no olvidaron a los descendientes de los emigrados mi persona también recibió la Domovnica, nada sería posible sin ese cariño y el sentimiento profundo heredado que tenemos a la tierra que vio nacer a nuestros padres y abuelos, nuestra identidad y pertenencia al pueblo croata que se manifiesta todos los días de nuestras vidas.

Es un sentimiento profundo e inexplicable que solo nosotros entendemos a nuestra manera, es cierto y comprobado KRV NIJE VODA (LA SANGRE NO ES AGUA).

 

 

 

Autor:  Davor Jaime Krellac García