Oskar Cuckovic escribió un poema en honor a su abuelo, quien llegó a la Argentina cuando tenía quince años:

 

Un barco a velas te trajo escondido entre sus redes,

quince años cumplias lejos de tu querida Dubrovnik.

Alla,alla quedaron tus padres, tus hermanos, tus amigos

amas los volvistes a ver

y entre barcos y astilleros del buen Mihanovic,

cubrias tus tristes penas.

Ya no te decian Jure sino Jorge, en La Boca e Isla Maciel.

Cuando partistes llore,estaba triste y perdido.

Pero sabes que ? abuelo Dalmata,

hoy me siento orgulloso porque llevo tu apellido.

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¿Qué puedo decir de mí? Toda la vida me llamaron el polaco en mi barrio, por ser rubio y tener ojos celestes.

No tuve una infancia «croata», ya que mi abuelo Jure se asentó en la Isla Maciel, un barrio al lado de La Boca, zonas de muchos genoveses donde solo se hablaba ese idioma.

Ya de grande, un día mi hija Nadia, que tenía 9 años, me dijo que quería ir a aprender danzas croatas a una institución en Dock Sud, invitada por una compañerita del colegio.

El director de un conjunto folklórico croata llamado «Marijan», al enterarse de que ella estudiaba piano, le dijo que aprenda canciones croatas y le dio una bisernica para que practicara en casa.

¡Y ahí aparezco yo! Porque cuando ella se iba al colegio, yo agarraba la tamburica y, sin saber música, me ponía a practicar anotando las notas en un papel, porque me acordaba de la melodía.

Así fue como aprendí la primera: Na brijegu kuća mala. Se lo comenté al director y me dijo: «¡Andá corriendo a buscar el traje blanco que usaba el conjunto!» Le respondí: «Pero solo sé una canción», y Marguetić me contestó: «No importa, las otras las hacés con mímica».

Le volví a decir que solo sabía una, y me repitió que no importaba, que mientras aprendía las demás, hiciera mímica.

Entenderás que, desde ese día tan feliz, mi vida cambió para siempre…